No es que mis penas se hicieran menos, siquiera desparecieran momentánamente del panorama. Ahí están. Latentes. Pulsantes. Constantes. Tras cada nota de nuestra canción preferida, cada cucharada de tu alimento predilecto y en cada verso de aquella rima de Bécquer. En cada aroma que me recuerda ese dolor con el que he aprendido a vivir a tal grado que llego a renegar tu existencia por instantes.
Tampoco es, aunque así pudieras creer, que todo se limite a la insensible acción del tiempo. Los lugares de siempre, escenarios de nuestra noveleta, siguen ahí. Aún retienen los ecos de nuestras risas. Tus llantos. Mis desenfados ante tu memoria de teflón y la mágica forma en que transformabas mi ceño indiferente en una sonrisa. Y aquí me detengo, tanto para no desmoronarme como para no prostituir algún otro recuerdo.
¿Qué es lo que ha pasado? No lo sé exactamente. Pero he aprendido a vivir con tu ausencia física. A pisar las huellas que dejamos sobre las aceras sin caerme a pedazos. A interpretar aquella canción que tantas veces me hiciera pensar en un nosotros atemporal e ideal más allá de la muerte mundana. A extrañarte sin morir de melancolía en el intento.
Aún te espero en aquel pórtico, bajo la luna de una fría noche estival, esperando con los ojos llenitos de una adelantada melancolía, verte bajar del auto para tomarte entre mis brazos para nunca soltarte y bailar al compás de un eterno vals. Decirte con las estrellas y Dios como testigo que nada podrá separarnos mientras no me sueltes de la mano.
Todavía puedo sentir tu voz temblorosa en mi oido y tu mano asiéndose a la mía mientras evadíamos mares de gente buscando protección de la lluvia. Compartiendo el desayuno que con tanto cariño me brindaste en mi cumpleaños, el único que has recordado.
Aún puedo mirarme en tus ojos justo un instante antes de lograr que te requebrajaras en un llanto ensordecido por la música. ¡Ah, tu dulce, dulce mirada! ¿Cómo olvidar la forma en que siempre me has mirado, sobre todo cuando te explicaba todo lo que yo pensaba de todo? (Pues, posiblemente con Alzheimer)
Puedo percibir todavía la tibieza de tus dedos entrelazados a los míos. Cuando nos abrazábamos con el afán inconsciente de fusionar nuestras almas.
Ciertamente me gusta extrañarte. Y aunque no sea patognomómico de tu ausencia, se siente diferente a otras melancolías. Una añoranza tierna. Un amor puro y atemporal. Pero debo volver a mi rutina, frecuentemente interrumpida por tu omnipresencia que me lleva a pensar, las más de las veces, en cómo serían las cosas ahora si te hubiera besado aquella noche de verano...
1 comentario:
Gracias por visitarme. Me gusta leerte pero te pido un favorcito, pon la letra más grandecita porque tengo gafas (y no son de adorno como las de las superestrellas bobas...). Gracias. :)
Besos***
Publicar un comentario